sábado, 19 de marzo de 2011

A MÍ NO ME GUSTA BAILAR

El humo empezó a cubrir la pista de baile, las luces se volvieron más intermitentes y como un escenario de guerra la masa acudía al encuentro, a la lucha cuerpo a cuerpo. Pensé que con tanto humo no sería fácil que reconozcan mis torpes pasos pero no fue así, poco a poco se fue disipando el ambiente y quedamos todos desnudos, frente a frente, como en una orgía, observando nuestros pasos y movimientos. Solo pude pensar ¡Carajo, no sé bailar!

Muchas veces he recordado pasajes parecidos. Para mí es muy difícil salir a bailar sin tener una buena excusa o simplemente sin estar bajo el efecto del alcohol. Esa incapacidad me ha llevado a una serie de problemas en mi socialización, evitando situaciones y perdiendo muchas oportunidades. Pero la pregunta es ¿qué implica no saber bailar? O en todo caso, la pregunta general ¿qué significado de baile generamos los que compartimos comunidades pasajeras como la discoteca o locales? ¿Existe algún tipo de sanción social hacia el que no baila? Pareciera que al constituirse la danza en una demostración de un cierto poder físico genera elementos de identidad, poder, conflictos y (definitivamente) hábitos de comunicación, incluso para los que no se sienten parte del ritual. A continuación describo algunas observaciones basadas en ciertas malas experiencias.

Lección 1

Bailar podría ser definido como una forma de expresar nuestros sentimientos y emociones a través de gestos finos, armoniosos y coordinados. El baile, en muchos casos, también es una forma de comunicación, ya que se usa el lenguaje no verbal. Es una de las pocas artes donde nosotros mismos somos el material y punto de atención[1]. En esta definición de Wikipedia encontramos elementos que nos van a servir para el análisis.

El baile es una forma de expresión y sentimientos. En muchas culturas las danzas representan momentos de alegría, temor, ironía, deseo o simplemente cortejo. No solo en comunidades humanas encontramos que el baile expresa, también lo encontramos en el mundo animal, de donde provenimos. Muchos animales utilizan la danza para conseguir pareja y para eso hacen un ritual físico con la finalidad de llamar la atención y minimizar a la competencia. Necesitan demostrar que tienen todas las cualidades para aparearse con éxito. Podríamos decir que en estos grupos existe una especie de “sanción social” hacia los que no pueden lograr articular los pasos requeridos. Esa “sanción” consistiría en que ese individuo quede relegado del apareamiento ya que se asume que es inválido para el acto y que sus genes no son buenos para darle la fuerza necesaria a la especie. Hablar de movimientos coordinados en el contexto humano implica el conocimiento de las normas del baile, saber qué movimientos realizar en determinados momentos de la música. Es un momento en el que el cuerpo se hace parte de una masa que lo absorbe siempre y cuando cumpla con cierta exigencia ritual. No es extraño ver que para cada danza hay una fuente “oficial” que guía los recursos y normas que deben ser utilizados. En muchos casos estas fuentes son los autores de la danza, videoclips o personas con cierto prestigio social que plantean una propuesta de baile. En nuestro contexto humano donde no solo existe sanción social (que sería la de dejar aislado al individuo, pero dejándolo procrear siempre y cuando demuestre otras cualidades) sino también identidades, moral y un sentido de solidaridad hacia el imperfecto se producen frases como “no importa, solo déjate llevar”. También existe el alcohol y sobre todo la complicidad de la oscuridad. En el contexto humano (al menos donde yo vivo) la danza no es algo fundamental pero sí muy relevante y dependiendo de los grupos sociales marca la pauta de la socialización.

El baile es una forma de comunicación pero no solo en el ámbito no verbal. Los movimientos articulados o no, armoniosos o no, comunican, pero también el significado del baile, los discursos que están detrás y que se reconstruyen (por ejemplo el reggaetón tiene mucho de discursivo respecto a su demostración de hombría, el rol de la mujer, su propuesta frente a los problemas sociales, entre otros temas) y también el acuerdo de la sanción o prestigio social que se produce muchas veces entre silencios o conformando masas aclamadoras y actuaciones que facilitan las relaciones sociales. A partir del espacio simbólico conocido como discoteca y su dinámica esencial, el baile, se constituyen redes sociales que van generando, a partir de micro espacios, significados del contexto, de los actores, de los rituales, del actuar pertinente, de las estrategias y de las actuaciones. Porque definitivamente a un lugar de baile como una discoteca confluyen múltiples personas con distintos fines y distintas historias. Al final todo pareciera como si fuera un lugar donde solo se baila, pero hay más y esos encuentros y desencuentros se producen en el marco de las formas de comunicación establecidas al interior del espacio.

Nosotros mismos somos el material y punto de atención. El baile actúa entre situaciones de estructura y personalidad. Entre dictaduras y libertades. La pista de baile es el espacio donde solo existe una masa amorfa en movimiento, no es una danza colectiva, es solo una acumulación. En las discotecas nos hemos acostumbrado a hacer bulto, la gente no baila sola por su lado, baila en pareja y en masa. Intenta amoldarse en el movimiento, como los animales. Lo que le permite al individuo llamar la atención frente a su grupo es exponer su personalidad a partir de la innovación de ciertos movimientos que resalten pero que no desentonen con los acordes expresados en el baile masivo. La música invita a la expresión personal particularizada, a dar lo mejor de sí, a atraer y para eso debemos dominar ese escenario general que fuerza pero que invita.

La pregunta que gira alrededor es ¿y qué pasa con aquellos que no son virtuosos para bailar y no generan armonía? Rompen la estética creada y son sometidos a una sanción social definida en base a las características del grupo. A veces es un poco desagradable ver algo que no corresponde con su imagen establecida. ¿Cómo expresa el que no tiene el mecanismo de expresar?

Lección 2

Aun recuerdo algunas primeras impresiones sobre las discotecas en mi adolescencia. Veía a la gente bien arreglada, con trajes sugerentes y con una actitud distinta. Siempre había escuchado muchas historias de amor que se desarrollaban al interior. En los distintos grupos de amigos se hablaba de las conquistas, de las nuevas experiencias y de los famosos “agarres” que se producían en las discotecas. La mayoría pensaba que perdería su virginidad al ir a una fiesta, pensábamos que el alcohol, el roce, las palabras en el oído, la sensualidad de los movimientos nos dirigiría inevitablemente a una relación.

Para iniciar el ritual lo primero que teníamos que hacer era preparar la apariencia. Teníamos que ponernos ropa pertinente, no formal para no aparentar demasiada seriedad, ni tampoco muy informal para no parecer inmaduros o pandilleros. Cada uno construía su imagen y se armaba con elementos que le servirían en el momento de la negociación simbólica entre géneros. Eso sí, no se podía utilizar nada que recuerde la niñez o valores relacionados. Esas son las primeras reglas impuestas por el contexto. Todo tiene un tono como de ritual de iniciación de la hombría o la femineidad. Es muy interesante recordar toda esa preparación porque era un momento en el que los adolescentes teníamos que desdoblarnos y pensar como las mujeres y a la vez seguir pensando como hombres. Es decir, teníamos que pensar en qué pensarían ellas al vernos y cómo no dejarnos llevar por ese pensamiento para no perder nuestra identidad masculina. Entonces teníamos que buscar una imagen de una persona casi arrebatada pero a la vez sensible y atractivo.

Lo segundo es preparar la estrategia. Antes de cualquier contacto primero el relajamiento. Unas buenas cervezas o lo que actúe de trago. Mientras, se debe buscar en el lugar algunas primeras presas, alguien que no parezca muy experimentada ni muy inocente. Alguien accesible. Lo otro es ver si tiene compañía o si es difícil acceder a ella por su grupo. También tiene que haber un acuerdo de cómo pedir la cita del baile. Existe un consenso implícito de que las mujeres tienen la obligación de bailar con todo aquel que tenga la cortesía de sacarla a bailar. Para evitar situaciones incómodas las mujeres han inventado una serie de salidas diplomáticas con la finalidad de no manchar su imagen y no ser consideradas como “creídas” o “sobradas”. Lo que se produce también es una adecuación de una relación horizontal o de una búsqueda de cierta asimetría positiva para el hombre. Siempre me pregunto por qué en la mayoría de los casos las mujeres no son los que dan el primer paso en la invitación del baile o al iniciar una relación. Y no me pregunto del por qué de las causas (que puede ser por el hecho de guardar las apariencias y no parecer una persona “fácil” o “aventada”) sino del por qué sabiendo que esa práctica las coloca en una posición subalterna no ponen de su parte para cambiarla. Lo que genera esta práctica es que se vean obligadas a elegir a partir de una oferta no determinada por ellas y que su capacidad de satisfacción de demanda se vea limitada por la valoración de su imagen en el grupo masculino.

Regresando al ritual. Una vez que se inicia el baile, dependiendo del grado de confianza entre los participantes, lo normal es que las personas no se miren. Ambos van buscando un punto fijo dónde concentrar su atención. Tampoco se pueden romper las distancias debido a que se puede parecer torpe o ansioso. Lo normal es que empiecen algunas conversaciones e invitaciones susurradas. Se puede ir probando muchas situaciones parecidas con bastantes personas hasta que pasen probablemente tres cosas: que el individuo pueda unirse al otro grupo, que ambos grupos se junten, o en el mejor de los casos, que las dos personas se separen momentáneamente de sus grupos para conversar y establecer contacto a solas.

De estas interacciones podemos establecer una serie de conclusiones. Que el baile para que se despliegue en todo su esplendor demanda cierto conocimiento de la persona con la que se baila. El hecho de que no exista contacto visual no nos permite ser exagerados con los pasos. Definitivamente ése no es el momento para demostrar las cualidades físicas. Puede decirse que es un momento de evaluación. Otra conclusión es que si no hay contacto visual el ritual es infecundo y se convierte en una simple cortesía.

Es interesante observar cómo los grupos van haciendo manifiestas sus intenciones. Siempre me he preguntado al ver a las mujeres con vestidos sugerentes si todas ellas tienen la intención de conseguir una pareja o siquiera una aventura. Su apariencia engaña y sugiere a la vez. Una respuesta común es “simplemente busco divertirme” la cual encierra una serie de estrategias que buscan ocultar una intención no reconocida: ser atrayente a la demanda masculina que es dictadora para este tipo de mercado. Las cosas son claras, como mencioné líneas arriba, los hombres casi siempre son los que eligen a los sujetos de su interrelación y las mujeres deciden en función solo de la oferta presentada. Muy pocas veces dan a conocer su demanda pero han desarrollado estrategias de atracción más sutiles. Por otro lado es interesante ver cómo los grupos masculinos, con intenciones firmes de conseguir una experiencia sexual (no necesariamente coital), asumen las reglas establecidas en la discoteca de seguir los pasos pre establecidos en la normas del espacio: invitar a alguien a bailar, conversar, compartir, lanzar comentarios sugerentes y luego de ciertos indicios dejar caer la propuesta final. Las mujeres por su lado tienen una deuda con la apariencia: no deben permitir que se les note a ella como las primeras interesadas y su accesibilidad tiene que estar adornada con ciertos reparos. Pienso que todo tiene que ver con la necesidad de ambos grupos de guardar las apariencias y crear imágenes que correspondan a esa actuación. Las cosas serían más fáciles de sincerarnos todos y confluir en un deseo compartido simplemente dialogando. Pero no es así, como decía Ernest Cassirer somos animales simbólicos y hemos creado un universo en el cual existen discursos, sentidos, rituales, valores, etc. y ese universo es la cultura. También dice que el hombre no se enfrenta directamente con las cosas sino con las imágenes que ha creado de ellas. Entonces tenemos que sujetarnos a lo que ese mundo simbólico dice y en este caso lo que dice es que para comenzar una relación hay que seguir los pasos. Hasta ahora todo parecería lógico, pero lo que me preocupa es ¿y qué pasa con aquellos que no pueden insertarse en el ritual? ¿Cómo logran generar también poder y qué estrategias generan?

Lección 3

Lo anteriormente contado pertenece a un momento adolescente, cuando empezaba a observar a las personas en su medio y me sorprendía la forma cómo cambiaban su aspecto, su voz, su trato e incluían en su forma de ser aspectos sensibles que eran parte de la actuación. No falta decir que en mi caso no sabía cómo comportarme debido a que no podía entrar a la pista de baile sin sentirme la vergüenza de la fiesta. Bailaba por compromiso, sin ritmo, sin orientación y es cuando empecé a darme cuenta que no podía avanzar en el proceso. A lo que me llevaba la situación era a permanecer expectante, sentado y bebiendo. Lo que me preguntaba era dónde habían aprendido los demás a bailar si hasta hace poco solo sabían jugar fútbol o golpearse. Me di cuenta que el éxito en espacios así parecidos en el que la figura femenina aparecía como trofeo eran indicadores de una adquisición de hombría y que muchos de los que nos alejábamos teníamos que buscar otras formas de demostrarlo también. En mi caso empecé a acercarme más al heavy metal. Pero había casos de compañeros míos que mantenían un rechazo total y muchas veces eran excluidos. Pienso que se debería a que muchas veces la interacción entre amigos se reducía a la invitación a la fiesta.

Y entonces podemos definir a la discoteca o al lugar del baile como un territorio de poder. Llevar a alguien hacia ese territorio es análogo al de una araña y su telaraña. Puedo confirmar esta hipótesis luego de observar que en una fiesta del colegio los profesores nos invitaron a bailar como si estuviéramos en la discoteca. Su objetivo era inculcarnos prácticas más sanas y menos rodeadas de alcohol, entonces aquellos individuos que bailaban dejaron de hacerlo. Y dejaron de hacerlo porque los habían descontextualizado, porque otro manejaba el espacio, el poder no era de ellos.

Para esa edad la discoteca era el espacio de poder, junto con el campo de fútbol, más importante en la definición de identidades. Pero el espacio de la discoteca era más interesante porque entraba una nueva categoría: la apariencia. En esa época muchos empezaron a cambiar sus ropas, formas de hablar, tratos, jergas, etc. Mucho de eso se debía a los nuevos grupos organizados en los que se reproducía estas nuevas prácticas influenciados muchas veces por grupos mayores o por íconos de la música que empezaron a aparecer en la TV. Entonces había un plus en el poder que otorgaba la discoteca que era la capacidad de encarnar otro ser, otra persona. La transformación era un ideal casi absoluto. Los cambios que al inicio eran pequeños luego se hacían casi irreversibles.

Lección 4

Durante la adolescencia no asumimos muchos roles en la vida. El reconocimiento de nuestra individualidad y el inicio de la vida en un mundo simbólico marcado por las imágenes hacían que espacios como las discotecas sean determinantes. Pero luego a lo largo de la vida vamos encarnando otras actividades que nos definen: la profesión, el trabajo, la familia. Entonces nuestros espacios de interacción se multiplican. Por ello ir a una discoteca ya no es lo fundamental o el elemento sobre el que gira nuestra hombría y nuestra identidad. Debido a eso la sanción social se reduce y las personas se hacen más comprensibles. Pero ello no quita que el baile sigue siendo un espacio de definición.

Lección 5

Antes de iniciar el baile en la discoteca nuevamente un pequeño relajo, cerveza y comida. Esta vez no somos grupos con un objetivo definido tampoco hay una demanda de hombría o femineidad. Pero han surgido otros elementos.

Mucha gente se concentra en la pista de baile. La mayoría son personas que ya se conocen. A la vez que van bailando, van hablando y riendo. Algunos de ellos son parejas, otras tienen un trato bastante cercano y otros mantienen una distancia apropiada. También se puede ver gente que no se mira, como cuando éramos adolescentes. Probablemente no se conozcan y la invitación haya sido para romper el hielo entre ellos. Dentro de la estética desplegada todos saben bailar y los movimientos no desentonan. Algunos tienen mejores pasos, otros simplemente utilizan movimientos sencillos sin tratar de aparentar nada. A medida que va avanzando la noche los cuerpos se relajan y empiezan a improvisar ciertos movimientos que no estaban en el libreto. Muchos de ellos son celebrados, muy pocos sancionados.

Alrededor, en las mesas, muchos grupos dialogan. Los que más salen a bailar son los grupos mixtos. Pero también existen grupos solo de hombres y grupos solo de mujeres. Estos grupos permanecen mayor tiempo aislados. En el caso de las mujeres es más fácil que puedan salir a bailar entre ellas, pero en el caso de los hombres es casi imposible debido a que tienen aun una deuda con la definición de la masculinidad. Dependiendo de los casos la unión de los grupos demora cierto tiempo. Pero aquí lo interesante es que la mejor arma para llegar a la socialización es la capacidad de bailar. Una experiencia con alguien que no sabe bailar es casi infecunda, rompe con el patrón establecido.

En la adolescencia la búsqueda de una relación muchas veces era un mandato casi dictador debido a que no se contaba con muchas experiencias y había que acumular. Pero en una edad adulta en la que los acuerdos son más sencillos ya no es urgente seguir todo el ritual. Ahora se ven más seguidos grupos mixtos y la interrelación entre parejas se da de forma más sencilla. Pero ocurre que en muchos casos las personas que bailan se han conocido en otros roles y el baile se convierte en una última demostración de comprensión entre ambas personas. Muchas estrategias de conquista tienen a la discoteca como su último recóndito. Lo que se busca es que a través de una demostración física íntima se pueda sorprender a la futura pareja y llevarla a participar de una situación en la que los cuerpos reflejen los sentimientos.

Conclusiones

Mi análisis no sería pertinente en la medida de que al no saber bailar no debería asistir a estos lugares pero siento desde hace mucho tiempo que para expresar la alegría las personas centralizan el ritual en un espacio de baile. Una vez asistí a una fiesta de promoción donde yo era el padrino y para celebrar el apoyo me hicieron bailar. Para salir a des estresarnos en la oficina vamos a bailar. En los cumpleaños los celebrados tienen que bailar así como los invitados. En el interior del país no salir a bailar en las fiestas es como no guardarle afecto a la tradición.

Existen discursos que no necesariamente tienen que hacerse expresos al momento de la interacción, es como si la acción llevara de forma intrínseca nuestras ideas. El ritual es uno de los momentos en los que el sentido se expresa a través de la acción. Pero en el caso de la incapacidad hacia ese ritual tenemos que hacer saltar los discursos “disculpe, no sé bailar” “no me gusta esa canción” “para la siguiente” “soy metalero, me gusta poguear”. Entonces tratamos de decir que no es que estemos en contra de la tradición sino que simplemente somos incapaces de reproducirla. Suena raro.

La sanción social en una edad adulta depende del grado de interpersonalidad previa que se tenga entre los participantes del baile o del grado de confianza que se genere en el momento. El que no baila puede hacer payasadas o mantener un único paso sobrio. Lo primero es muy difícil entre personas que no conoces, lo segundo es lo más recomendable, lo malo es que puedes llegar a aburrirte a horrores.

Este análisis trivial sobre algo tan superficial es en realidad una muestra de cómo están estandarizados masivamente nuestros rituales. No es algo que pueda demostrar empíricamente pero siento que los medios han jugado un papel decisivo en la homogeneización de nuestros gustos. Actúa una especie de dictadura de la diversión, como en el caso del modelo económico, si estás en contra entonces quedas fuera de toda posibilidad. Es como un discurso hegemónico que te dice qué tienes que hacer para divertirte y sentirte “parte de”. Yo estoy fuera de eso pero me arrastro a ese espacio constantemente porque es la esencia de lo social: celebrar y divertirse.

Por ello nunca me cansaré de decir: QUE VIVA EL METAL!!!!!!

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