viernes, 4 de enero de 2008

Luego del terremoto del 15 de agosto

Luego del terremoto del 15 de agosto, algo que me pareció muy interesante reflexionar fue el tema del carácter o sentido de las donaciones. Qué implica este acto del ser humano más allá de la manifestación de la solidaridad. En todo caso ¿a qué esencia apelamos en el hombre cuando reclamamos una ayuda para las personas que han tenido menos suerte que nosotros? ¿Acaso es parte del aprendizaje en la sociedad la solidaridad con las personas que menos tienen? Entonces, ¿por qué siguen existiendo injusticias en todo el mundo?

Al parecer los actos de solidaridad solo son estimulados en casos muy particulares que reclaman, por un momento, un alto a una lógica de existencia atropellada que considera a la competencia económica como la madre de nuestras obras y el futuro de ellas. Traigo a colación este tema debido a las opiniones que he venido escuchando en estos días en los que se han establecido una serie de sentidos de solidaridad en las personas contraponiéndolas, con una mirada “realista” de las cosas, a la indeferencia tan presente en ellas.

Puedo entender el comportamiento indiferente en los hombres a partir de una explicación del orden económico que nos toca vivir, el cual establece el carácter de las relaciones entre las personas como un medio para conseguir construir o mejorar el proceso productivo de una sociedad cada día más voraz y exigente con el esfuerzo del hombre. El hombre construye una gran riqueza todos los días que muchas veces no ve ni puede, menos aun, disfrutar. Es como si existiera en el hombre un instinto por producir todos los días y que, a su vez, tal instinto no le permitiera reflexionar hacía dónde se dirige tal esfuerzo. Lo más seguro es que nadie disfrute de tamaña riqueza sino, por el contrario, que todos los días circule por miles de manos que compitan por tenerla el mayor de los tiempos. Este movimiento se produce a partir de la competencia entre los hombres.

Tal configuración de las cosas genera los comportamientos y, más allá de eso, las primeras concepciones y creencias acerca del mundo. El hombre compite todos los días y no sabe por qué, simplemente lo hace, y sin embargo justifica esta acción en razonamientos tales como es algo natural, al hombre siempre le va a interesar primero su conveniencia o siempre van a existir ricos y pobres, gente que tiene más y gente que tiene menos. Obviamente, en este orden de cosas siempre van a existir personas que no tienen, incluso, nada en la vida y esto debido a que en competencia siempre alguien gana y otro pierde. Lamentablemente los grandes perdedores de este mundo son los pobres, víctimas de atropellos y encarcelados en prisiones invisibles (discriminación, exclusión, entre otras taras que la sociedad crea para proyectar sus frustraciones) que no permiten que puedan siquiera asomarse a competir. Y lo más horroroso de todo esto es que el hombre se vuelve indiferente con su hermano permitiéndolos morir.

Es interesante por ejemplo lo poco que puede significar una decena de muertes a comparación de un número mayor, y es más interesante observar sus reacciones a partir de las situaciones en las que se producen estas muertes. La población se entristece cuando ve en los diarios que un avión cae y mueren cuarenta personas y se mantiene indiferente cuando se desbarranca un camión y mueren 70. Lógico, la sensibilidad tiene una serie de requisitos. Ahora, el hombre es indiferente no por naturaleza, sino producto de la naturaleza de la sociedad que él ha creado.

De alguna manera es comprensible el carácter indiferente del hombre. Ahora, reflexionemos acerca de las donaciones. ¿Cuál es su carácter y qué implica su existencia? Empezaré proponiendo que el acto de donación es una cuestión de actitud y supone una acción de reconfiguracion del sentido de solidaridad con las personas construyendo nuevas concepciones de valoración del otro, buscando incluirlos dentro de nuestros espacios simbólicos de existencia. Procedo a explicar esta propuesta. Creo que hemos partido de una explicación del orden que va configurando la valoración del hombre como una competencia antes que como un semejante. Alrededor de esta valoración existen una serie de supuestos básicos asentadas en nuestras formas de relacionarnos que rechazan una colaboración con el desarrollo de las otras personas. Osea nosotros no apoyamos a otros a menos que hayan caído en desgracia o en situaciones que los discursos preponderantes de la sociedad consideren que ameriten una ayuda. El mundo se indigna cuando ocurren estas cosas y realiza una serie de acciones para rescatar una parte de lo que es considerado esencia humana. Allí surge la solidaridad en las personas, con el hermano caído, pero caído en situación extraordinaria que lo hace visible. Se produce una contradicción en los supuestos de las personas porque se genera un choque con el orden del mundo que no admite una conducta asible y solidaria con los demás. El hombre interpreta a su manera la forma de solidaridad que asumirá de acuerdo a sus experiencias particulares y a su formación y valores. Es por eso que encontramos personas que donan y otras que no, entre ellos, algunos asumen la importancia de tal acto pero no sienten algo que los obligue. Al final nadie me dirá nada si no colaboro porque no es una obligación. Entonces si asumimos que la solidaridad no es una constante en el comportamiento del hombre debemos tener más cuidado al momento de convocarla ya que las personas tienen formas muy particulares de recepcionar los mensajes.

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