Uno de los principales postulados que tengo en cuenta es que la dinámica y, principalmente, el sentido de la comunicación tanto como cualquier otra actividad social que realice el hombre están determinados por su cultura. Qué quiero decir con esto, que las principales formas de socialización que tiene el hombre (incluida la comunicación) están constituidas por un conjunto de normas, códigos, símbolos y valoraciones establecidas y construidas en sociedad implícitamente. Esto debido a que las distintas formas de actuación en sociedad son dictadas principalmente por la cultura: cómo vestirse, cómo saludar, cómo comunicarse, etc. Cuando entablamos conversación con una persona en nuestro vecindario utilizamos una estrategia determinada que nos sirva para conseguir nuestro objetivo: obtener información, charlar o simplemente ser cortés. Por el contrario conseguir una amistad en una gran empresa tiene adquiere otra dinámica pues aquí los roles se construyen en base a otros objetivos.
Así como en cualquier otro espacio, las formas de comunicarse son distintas. Ahora, este pequeño ejemplo nos permite reconocer cómo no solo se construye formas (dinámicas) de comunicación en cada espacio sino se construye también un propio sentido de la comunicación y además particular a su contexto. Esto nos lleva a reconocer los sentidos de la comunicación más allá de los sentidos que se producen a partir de su acción. Este sentido se construye constantemente en los diversos espacios de socialización: en el trabajo, en la escuela, en una plaza, en el vecindario, en un estadio, en un autobús, etc. Y como es natural a cualquier ejercicio de interacción, la cultura dicta las pautas de interrelación entre ambos sujetos. Cuando las interacciones se realizan entre sujetos que pertenecen a una misma cultura, las normas, valoraciones y códigos son aceptados con facilidad y existe una fluidez en la comunicación. Cuando los procesos se llevan a cabo entre sujetos culturalmente distintos, es que las formas de comunicación entran en conflicto y en una variabilidad constante en el espacio y en el tiempo. Cuando existe una relación asimétrica de poder entre ambos, la comunicación se vuelve un mecanismo de dependencia entre uno y otro produciéndose un juego de complicidades (esto ocurre, por ejemplo, entre los medios de comunicación y la población).
El sentido, a diferencia de las formas, son las características que se asumirán subjetivamente y forman parte de un mundo exclusivamente humano. Las formas, por su parte, son características manifiestas de la acción del hombre. A veces éstas son dictadas por la presión que ejercen ciertas relaciones de dependencia. En este caso, las características de la relación no permitirían reconocer el potencial comunicativo que posee cada uno de los actores. De allí la importancia de encontrar principalmente los sentidos de la comunicación que se producen en cada una de las acciones que se llevan a cabo en la sociedad. Tener esto claro permitiría, por ejemplo, a las organizaciones que trabajan en busca del desarrollo, generar potencialidades de comunicación en los propios actores y que no sean solo simples receptores.
Creo que ese fue uno de los puntos flacos en las acciones de los movimientos reformistas de este país: simplificaban las formas de comunicación a simples formas de propaganda y de convencimiento, dotadas, en ciertos casos, de ciertas formas particulares de fe. Pienso que al incluir el campo de la subjetividad en las teorías reformadoras del mundo podríamos tener más éxito.
Así como en cualquier otro espacio, las formas de comunicarse son distintas. Ahora, este pequeño ejemplo nos permite reconocer cómo no solo se construye formas (dinámicas) de comunicación en cada espacio sino se construye también un propio sentido de la comunicación y además particular a su contexto. Esto nos lleva a reconocer los sentidos de la comunicación más allá de los sentidos que se producen a partir de su acción. Este sentido se construye constantemente en los diversos espacios de socialización: en el trabajo, en la escuela, en una plaza, en el vecindario, en un estadio, en un autobús, etc. Y como es natural a cualquier ejercicio de interacción, la cultura dicta las pautas de interrelación entre ambos sujetos. Cuando las interacciones se realizan entre sujetos que pertenecen a una misma cultura, las normas, valoraciones y códigos son aceptados con facilidad y existe una fluidez en la comunicación. Cuando los procesos se llevan a cabo entre sujetos culturalmente distintos, es que las formas de comunicación entran en conflicto y en una variabilidad constante en el espacio y en el tiempo. Cuando existe una relación asimétrica de poder entre ambos, la comunicación se vuelve un mecanismo de dependencia entre uno y otro produciéndose un juego de complicidades (esto ocurre, por ejemplo, entre los medios de comunicación y la población).
El sentido, a diferencia de las formas, son las características que se asumirán subjetivamente y forman parte de un mundo exclusivamente humano. Las formas, por su parte, son características manifiestas de la acción del hombre. A veces éstas son dictadas por la presión que ejercen ciertas relaciones de dependencia. En este caso, las características de la relación no permitirían reconocer el potencial comunicativo que posee cada uno de los actores. De allí la importancia de encontrar principalmente los sentidos de la comunicación que se producen en cada una de las acciones que se llevan a cabo en la sociedad. Tener esto claro permitiría, por ejemplo, a las organizaciones que trabajan en busca del desarrollo, generar potencialidades de comunicación en los propios actores y que no sean solo simples receptores.
Creo que ese fue uno de los puntos flacos en las acciones de los movimientos reformistas de este país: simplificaban las formas de comunicación a simples formas de propaganda y de convencimiento, dotadas, en ciertos casos, de ciertas formas particulares de fe. Pienso que al incluir el campo de la subjetividad en las teorías reformadoras del mundo podríamos tener más éxito.
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