21 de agosto de 2007
Ayer conversaba con un amigo sobre el tema de la identidad y la conservación de la identidad en una comunidad así como de la esencia de las cosas, tales como la cultura. Me pareció un tema interesante que surgió de una comparación entre el metall clásico y el new metall. En realidad yo no conozco mucho sobre el tema, ya que solo soy un simple degustador de los placeres que ofrece tamaño arte. Pues bien la discusión empezó al mencionarse que el metall había perdido su esencia inicial al haberse mezclado con nuevas tendencias que lo estilizaban tales como las mezcladoras de sonido o los sintetizadores, posterior a eso mi amigo argumentó que uno de los principios de toda cultura es la conservación de su esencia porque si no, pasado un tiempo de contacto con otras culturas, superiores en muchos de los casos, no podrían reconocerse las características iniciales de dicha cultura.
El argumento principal de esta afirmación es la existencia de una esencia en las cosas. En este caso la existencia de una esencia particular en las cosas es un tema que no podría ser probado a partir de la experiencia. Imaginemos que tengamos que buscar la esencia de lo peruano, tardaríamos años en reconocer las distintas formas de expresión y manifestaciones de cada una de las subculturas integrantes de la gran cultura que sería el Perú. Hagamos más particular la referencia y solo busquemos la esencia de la cultura criolla y nos enfrentaremos con un problema tan abstracto que no podría ser abordado sin considerar las diferentes etapas que vivió a lo largo de su historia, sin considerar el mestizaje, las apropiaciones simbólicas de una cultura matriz como la española y su readaptación a un contexto diverso como el Perú. Al final de dicha búsqueda solo tendríamos en cuenta manifestaciones tradicionales, particulares, de comportamiento, de valoración, etc. Todas ellas como parte de un sistema cultural referencial. Recordemos que las personas buscamos un referente en dónde ubicar nuestros orígenes y por lo tanto nuestras características. Eso sería la cultura criolla, un punto cardinal en nuestra historia en donde se ubican un conjunto de atribuciones comportamentales, culturales, políticos, entre otros, con una proyección hacia nuestros tiempos a partir de diferentes formas, porque aun entre criollos existen marcadas diferencias. Una de estas particularidades podría ser la posición de clase. ¿Podemos por lo tanto decir que esta cultura ha perdido su esencia primaria o quizá, que la ha mantenido hasta nuestros días y por lo tanto considerar en algunos casos a criollos netos y a otros imitadores de criollos, tal como el razonamiento de mi amigo?
El instinto de conservación se convierte en una política de reconocimiento de diferencias y de conservación de éstas, de estancamiento de procesos de mestizajes. Una cultura es lo que es su historia y en la historia ninguna cultura se ha mantenido al margen de otra. La existencia de personas a mí alrededor me genera un conjunto de sentidos de existencia, de las metas que quiero realizar, de costumbres, de formas de expresarme, puedo decir que ellos han influido sobre mí. Todos somos parte del cambio de la vida de otras personas, de manera directa o indirecta, de manera positiva o de manera negativa. De lo que podemos estar seguros en esta dinámica de la existencia es que nunca conservamos una sola esencia, al contrario siempre estamos en búsqueda de ella a partir de nuevos contextos y situaciones a las cuales no enfrentamos cotidianamente. Allí radica el significado de la identidad, como la representación imaginaria del rol que asumo en determinado espacio a partir de la aceptación o rechazo de ciertos patrones comportamentales de los discursos dictados por la cultura y por las normas sociales. Esa representación imaginaria entra en acción al momento de manifestar mis características en el vestir, en el habla, etc. Y es a su vez contrastada con este espacio generándose conflictos, negociaciones, readecuaciones de los sentidos de dicho espacio, nuevas configuraciones culturales. Estas estrategias discursivas personales se presentan de una manera más compleja entre las diferentes culturas que constituyen este país, a partir de ellas se generan una serie de espacios sociales de comunicación y, más allá de eso, como manifestó Urpi Montoya Uriarte en su libro Entre Fronteras, nuevas actuaciones que surgen a partir de la confluencia de los diferentes bagajes culturales que conforman el espacio simbólico en el que vivimos.
Los seres humanos nos encontramos organizados por un sistema social encarnado en el Estado que va determinando nuestra posición en el proceso productivo y a su vez nos encontramos organizados en una red de interrelaciones entre sujetos que le da impulso y orden al sistema. Esta situación determina también nuestro ser social a partir del cual establecemos y generamos una existencia simbólica estableciendo nuestros límites espaciales, temporales y de trascendencia en la historia. En esta red de interrelaciones es imposible escapar a la influencia entre seres humanos. Para Comte esta era la condición esencial por la cual no podíamos considerar al hombre como un ente de estudio objetivo. Por lo tanto, y respondiendo a nuestro tema de conversación, si pudiéramos hablar de una esencia de las cosas ésta radicaría en la adaptabilidad a los diferentes contextos que se presentan en su existencia, diríamos que es una realidad dinámica, siempre en búsqueda de sí misma. El instinto de conservación ignora esta característica y genera una serie de nacionalismos que distorsionan el proceso de encuentro entre culturas.
Es cierto, estos encuentros se producen siguiendo las lógicas del mercado de la competencia y de la asimilación, de la supervivencia del más fuerte, pero aun así las culturas no desaparecen. Nada desaparece en este mundo, solo cambia de forma. Debemos atender a un problema mayor para entender las dinámicas entre culturas que son las leyes del mercado que se convierten en las lógicas de vida y que rigen toda existencia en este mundo. Allí entramos en otro debate, pues si consideramos estas lógicas como parte reglamentaria de los procesos culturales aceptaríamos también al cine comercial, a la música comercial como arte. La adecuación a estos tiempos de compra venta genera una serie de distorsiones en las manifestaciones de las culturas y trastoca las características de lo humano. Espero que sea parte de otro debate y podamos encontrar una respuesta. Vuelvo a abrir otra página en mi vida.
Ayer conversaba con un amigo sobre el tema de la identidad y la conservación de la identidad en una comunidad así como de la esencia de las cosas, tales como la cultura. Me pareció un tema interesante que surgió de una comparación entre el metall clásico y el new metall. En realidad yo no conozco mucho sobre el tema, ya que solo soy un simple degustador de los placeres que ofrece tamaño arte. Pues bien la discusión empezó al mencionarse que el metall había perdido su esencia inicial al haberse mezclado con nuevas tendencias que lo estilizaban tales como las mezcladoras de sonido o los sintetizadores, posterior a eso mi amigo argumentó que uno de los principios de toda cultura es la conservación de su esencia porque si no, pasado un tiempo de contacto con otras culturas, superiores en muchos de los casos, no podrían reconocerse las características iniciales de dicha cultura.
El argumento principal de esta afirmación es la existencia de una esencia en las cosas. En este caso la existencia de una esencia particular en las cosas es un tema que no podría ser probado a partir de la experiencia. Imaginemos que tengamos que buscar la esencia de lo peruano, tardaríamos años en reconocer las distintas formas de expresión y manifestaciones de cada una de las subculturas integrantes de la gran cultura que sería el Perú. Hagamos más particular la referencia y solo busquemos la esencia de la cultura criolla y nos enfrentaremos con un problema tan abstracto que no podría ser abordado sin considerar las diferentes etapas que vivió a lo largo de su historia, sin considerar el mestizaje, las apropiaciones simbólicas de una cultura matriz como la española y su readaptación a un contexto diverso como el Perú. Al final de dicha búsqueda solo tendríamos en cuenta manifestaciones tradicionales, particulares, de comportamiento, de valoración, etc. Todas ellas como parte de un sistema cultural referencial. Recordemos que las personas buscamos un referente en dónde ubicar nuestros orígenes y por lo tanto nuestras características. Eso sería la cultura criolla, un punto cardinal en nuestra historia en donde se ubican un conjunto de atribuciones comportamentales, culturales, políticos, entre otros, con una proyección hacia nuestros tiempos a partir de diferentes formas, porque aun entre criollos existen marcadas diferencias. Una de estas particularidades podría ser la posición de clase. ¿Podemos por lo tanto decir que esta cultura ha perdido su esencia primaria o quizá, que la ha mantenido hasta nuestros días y por lo tanto considerar en algunos casos a criollos netos y a otros imitadores de criollos, tal como el razonamiento de mi amigo?
El instinto de conservación se convierte en una política de reconocimiento de diferencias y de conservación de éstas, de estancamiento de procesos de mestizajes. Una cultura es lo que es su historia y en la historia ninguna cultura se ha mantenido al margen de otra. La existencia de personas a mí alrededor me genera un conjunto de sentidos de existencia, de las metas que quiero realizar, de costumbres, de formas de expresarme, puedo decir que ellos han influido sobre mí. Todos somos parte del cambio de la vida de otras personas, de manera directa o indirecta, de manera positiva o de manera negativa. De lo que podemos estar seguros en esta dinámica de la existencia es que nunca conservamos una sola esencia, al contrario siempre estamos en búsqueda de ella a partir de nuevos contextos y situaciones a las cuales no enfrentamos cotidianamente. Allí radica el significado de la identidad, como la representación imaginaria del rol que asumo en determinado espacio a partir de la aceptación o rechazo de ciertos patrones comportamentales de los discursos dictados por la cultura y por las normas sociales. Esa representación imaginaria entra en acción al momento de manifestar mis características en el vestir, en el habla, etc. Y es a su vez contrastada con este espacio generándose conflictos, negociaciones, readecuaciones de los sentidos de dicho espacio, nuevas configuraciones culturales. Estas estrategias discursivas personales se presentan de una manera más compleja entre las diferentes culturas que constituyen este país, a partir de ellas se generan una serie de espacios sociales de comunicación y, más allá de eso, como manifestó Urpi Montoya Uriarte en su libro Entre Fronteras, nuevas actuaciones que surgen a partir de la confluencia de los diferentes bagajes culturales que conforman el espacio simbólico en el que vivimos.
Los seres humanos nos encontramos organizados por un sistema social encarnado en el Estado que va determinando nuestra posición en el proceso productivo y a su vez nos encontramos organizados en una red de interrelaciones entre sujetos que le da impulso y orden al sistema. Esta situación determina también nuestro ser social a partir del cual establecemos y generamos una existencia simbólica estableciendo nuestros límites espaciales, temporales y de trascendencia en la historia. En esta red de interrelaciones es imposible escapar a la influencia entre seres humanos. Para Comte esta era la condición esencial por la cual no podíamos considerar al hombre como un ente de estudio objetivo. Por lo tanto, y respondiendo a nuestro tema de conversación, si pudiéramos hablar de una esencia de las cosas ésta radicaría en la adaptabilidad a los diferentes contextos que se presentan en su existencia, diríamos que es una realidad dinámica, siempre en búsqueda de sí misma. El instinto de conservación ignora esta característica y genera una serie de nacionalismos que distorsionan el proceso de encuentro entre culturas.
Es cierto, estos encuentros se producen siguiendo las lógicas del mercado de la competencia y de la asimilación, de la supervivencia del más fuerte, pero aun así las culturas no desaparecen. Nada desaparece en este mundo, solo cambia de forma. Debemos atender a un problema mayor para entender las dinámicas entre culturas que son las leyes del mercado que se convierten en las lógicas de vida y que rigen toda existencia en este mundo. Allí entramos en otro debate, pues si consideramos estas lógicas como parte reglamentaria de los procesos culturales aceptaríamos también al cine comercial, a la música comercial como arte. La adecuación a estos tiempos de compra venta genera una serie de distorsiones en las manifestaciones de las culturas y trastoca las características de lo humano. Espero que sea parte de otro debate y podamos encontrar una respuesta. Vuelvo a abrir otra página en mi vida.
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